domingo, 25 de octubre de 2009

Sarawak, Isla de Borneo. Cuevas, murciélagos y turistas

Como ya os adelanté, en la Isla de Borneo comparten territorio tres países: Indonesia, Malasia y Brunei. Dejando aparte el sultanato de Brunei (que por cierto, fue conquistado y arrasado por España en el siglo XVI), la parte Malaya, al norte de la isla, goza de la reputación de tener los mayores atractivos naturales de la isla, que ha perdido durante finales del siglo XX gran parte de su selva virgen (hasta un 80% la parte indonesia conocida como Kalimatan, debido a la deforestación masiva con el objetivo de la plantación de palmeras).

Comenzamos nuestro viaje por el estado de Sarawak, en la ciudad de Kuching (200.000 habitantes). Ciudad agradable, con numerosos mercados nocturnos y puestos de comida india, malaya y china. Cerca de la ciudad se encuentra el parque nacional de Bako, donde nos quedamos con ganas de pasar más tiempo, y en el que comprobamos como uno de mis más queridos y admirados animales, los macacos, no me tienen el cariño que yo presuponía como primo lejano en la evolución, ya que nada más hacer acto de presencia ante mí, se tiro dientes al aire a por mí botella de agua. Y yo claro, gentilmente, se la cedí.


Como uno de los grandes atractivos de Sarawak, entre otros, se encuentra el remonte del río Batang Rejang, conocido como el amazonas de Borneo. El remonte del río comienza en la ciudad de Sibu (200.000 habitantes), desde el cual, rio arriba, se llega hasta Kapit, un pueblo de 8 mil habitantes, pero como todas las localidades visitadas hasta la fecha, en cuanto se pone el sol cualquier escusa es válida para que aparezcan los mercados nocturnos y la gente abarrote las calles dispuestas a comer, beber y charlar.

El remonte del río, decepcionante. Un río cenagoso, sin las riberas selváticas que uno se puede esperar con el apodo utilizado para su descripción por las guías de viaje, por lo que decidimos no continuar río arriba hasta el pueblo de Belaga, donde es posible que unos rápidos hagan de esta experiencia algo más especial que recordar.


Desde Kapit, hicimos una excursión a una de las longhouse de la zona, un conjunto de casas de madera en medio de la selva, donde viven los conocidos como iban, descendientes de los antiguos de cazadores de cabezas que decoran todavía cada una de sus casas. La experiencia, lo que se puede esperar de tener que pagar por observar la vida diaria de cualquier persona, “artificial” (una y no más), ya que la realidad de las longhouse (o las que nosotros visitamos) es que se han convertido en una especie de ciudad dormitorio para muchos de sus habitantes que en la realidad van a trabajar a los pueblos de alrededor.

Tras nuestro decepcionante paso por el río Batang, partimos hacía el mayor atractivo de Sarawak, el parque nacional de Mulu y su conjunto de cuevas y pasadizos. Para poder acceder al mismo, volvimos río abajo a la ciudad de Sibu, para coger un avión hasta Miri (180 mil habitantes), la única ciudad con vuelo al parque nacional, en la que hicimos noche y nos tomamos unas copas mientras escuchábamos un grupo de rock local de lo más curioso.


En Mulu, impresiona la cueva del Ciervo, con el túnel más largo del mundo de 2 kilometros de largo y 174 metros de altura, donde en su techo pueden llegar a dormir más de 2 millones de murciélagos, siendo la salida de los murciélagos al anochecer para alimentarse uno de los más preciados espectáculos que ver si tienes la suerte de que les apetezca salir antes del anochecer. Suerte que nosotros no tuvimos.


Lo peor del parque nacional, que cualquier visita tienes que hacerla con guía y en grupo, por lo que te ves envuelto entre guiris de todos los colores, que hace, sin duda, que la visita pierda mucho de su encanto, y que nos hizo reflexionar que nuevas excursiones con un mayor grado de aventura podíamos acometer a futuro para poder alejarnos de la legión de turistas con los que nos habíamos encontrado. Reflexiones que aplicamos en nuestra visita al otro estado del Borneo Malayo, Sabah.
05. Malasia. Sarawak (Borneo). Octubre 2009

viernes, 16 de octubre de 2009

Vida contemplativa en Pulau Tioman

Como destino para los días entre semana que pasamos entre nuestras dos visitas a Singapur, buscamos un lugar de playa – el primero de muchos espero – en el que dedicarnos a la vida contemplativa - ¿más todavía os preguntareis? pues sí -. El lugar elegido, Malasia continental.

Malasia es un país mayoritariamente musulmán – aunque según la constitución todos los malayos son musulmanes-, que hasta hace poco más de cincuenta años era colonia británica, por lo que la mayoría de la población habla inglés de manera más que correcta - mejor que yo vamos -. Su territorio está dividido en dos, la conocida como parte continental en la península de Malaca – territorio por el que se han dado de collejas con Tailandia durante siglos, y aún continúan - donde vive el 85% de la población del país – 27 millones- y en cuyo extremo inferior se encuentra Singapur, y la parte insular en Borneo, cuyo territorio está dividido entre Indonesia, Malasia y Brunei.

En la parte continental, los comentarios que encontramos coincidían en que la costa este es más abierta al estilo de vida occidental, mientras que la oeste es, sin duda, más conservadora. Como contrapartida, la parte oeste disfruta de las mejores playas del país. Como nuestro objetivo para esta estancia estaba claro, nos decantamos por una isla en la costa oeste, Pulau Tioman.


Para llegar desde Singapur es necesario coger un bus hasta la ciudad de Johor Baru, ya en Malasia, cruzando la frontera por carretera. Posteriormente, un nuevo autobús te lleva hasta el pueblo de Mersing, donde hice noche – Juan Fran fue vía Malaca, ya que tras mes y medio de vernos las caras a diario, decidimos darnos un par de días de descanso - y comí en un restaurante indio por poco más de 2 €. A la mañana siguiente, un bote desde el puerto de Mersing, te lleva hasta la isla de Tioman, donde se puede elegir entre diferentes emplazamientos. Nos alojamos en la playa de Salang, por ser la más concurrido del lugar – lo que se traduce en 3 o 4 restaurante y mismo número de tiendas.

La isla tiene todo lo que te puedes esperar de un destino turístico del sudeste asiático no masificado: playas de ensueño, bungalows sobre el mar, buena y barata comida,…. Como curiosidad, Pulau Tioman, es una de las tres zonas libre de impuestos en Malasia, por lo que no hubiera sido mal lugar para reponer nuestra dañada cámara.

Durante nuestra estancia allí, uno de los días lo dedicamos al buceo recorriendo la conocida como Isla de coral y alrededores, otro a realizar una ruta de trekking por la jungla entre Tekek y la playa de Juara, de arena blanca y solitaria, que merecía mucho la pena, y el tercero, a estar tumbado en una hamaca con el pie en alto, tras, para variar, haberme torcido el tobillo el día anterior.

Por la noche, lo más destacado los pescados a la brasa que te puedes tomar en cualquiera de los puestos que se alinean en frente de la playa, donde para cocinarlos los envuelven en hoja de palmera. Habrá que probarlo a la vuelta. Ya os aviso que para entonces tengo pensado apuntarme a un curso de “experto en cocina marítima, sopa de sobre no”.


04. Malasia. Pulau Tioman. Septiembre 2009

viernes, 9 de octubre de 2009

Made in Hong Kong, enjoyed in Singapore

Una vez finalizado nuestro periplo por Mongolia, pusimos rumbo a China, donde nuestros planes para nuestra parada en Pekin - donde ambos habíamos estado ya previamente -, que consistían en algo tan terrenal y mundano como comernos un pato pekín y darnos un masaje, se vieron frustrados por 12 horas de retraso en el vuelo - ¡a qué se debe semejante castigo divino de llevar dos meses en Asia sin habernos homenageado con unas friegas! .

Por tanto, tras una parada sin más historia en Pekin, llegamos a Hong Kong. Una ciudad de 7 millones de habitantes un paso por delante respecto al resto de China – se nota el haber sido colonia británica hasta el año 1997 - que recuerda a New York pero en chino, lo que os podéis imaginar en lo que eso se termina traduciendo: mucha gente, mucho ruido, mucho olor, muchas luces, … - vamos que un exceso de todo - y con el encanto de su enclave en diferentes islas montañosas al estilo Rio de Janeiro, como se puede apreciar en la subida que hicimos al pico Victoria para ver la ciudad desde las alturas. Las fotos como podéis comprobar pierden en calidad, ya que nuestra cámara sufrió las consecuencias de las dunas del desierto, y el móvil surgió como una alternativa para tener algún recuerdo de Hong Kong.

La primera noche decidimos salir a cenar y tomar unas cervezas por la zona de Wan Chai y Lan Kwai Fong, en Hong Kong Island – se come realmente bien en la ciudad - pudiendo leer en varios carteles, no sin cierta curiosidad, que esa noche llegaba el tifón número 8 de la temporada, o eso creíamos nosotros, ya que luego pudimos comprobar que el 8 hacía referencia a la intensidad sobre una escala de 10, por lo que casi volvimos volando al hotel.

Al día siguiente, vimos el juego de luces del skyline de Hong Kong Island desde el Paseo de las Estrellas, cerca de la estatua de uno de nuestros mitos mas aclamados, Bruce Lee – eso sí que eran ostias, y no las de Jakie Chan y compañía –, tras lo cual fuimos a cenar con unos compañero de la empresa de Juan Fran.

Tras nuestro paso de poco más de dos días en Hong Kong, llegamos a Singapur, ciudad - estado de 4,7 millones de habitantes, otro paso – o dos - por encima de Hong Kong – supera a España en PIB por habitante -, donde las sensaciones son radicalmente diferentes. Una ciudad que no pierde el encanto asiático de sus mercados y vida 24 horas al día, pero que a su vez lo combina de manera acertada con una forma de ser más relajada, y porqué no, más cívica – puede que a base de mano dura, hay multas nada económicas para todos los gustos -, diseño urbano y espacios verdes que recuerdan a una ciudad occidental, y su multiculturalidad, ya que conviven chinos – mayoritarios con casi el 75% de la población -, malayos, indios y musulmanes, lo que hace que el idioma oficial del país sea el inglés. Y por su fuera poco, su idónea localización en medio del sudeste asiático con vuelos baratos por no más de 50 dólares a cualquier destino paradisíaco de la zona. En resumen, una ciudad perfecta para vivir durante una temporada.

Fuimos acertadamente recomendados en el aeropuerto y nos quedamos en un hotel en la zona de Geyland Road, el barrio rojo de Singapur, donde se podía comprobar cómo el deporte nacional consiste en comer y beber en la calle mientras ves futbol inglés –al final no somos tan diferentes -, con miles de puestos muy asequibles para el bolsillo y con todo tipo de buena comida asiática en cualquier punto de la ciudad, siendo habitual encontrar más afluencia a las 2 de la mañana que a las 2 de la tarde durante cualquier día de la semana – al menos en nuestro apreciado barrio. Os recomendamos dos lugares, Lau Pa Sat o Newton Market, mercados donde se concentran docenas de puestas y todo tipo de propuestas culinarias a precios muy asequibles – se puede comer desde 3 € por persona.

Dado que Singapur fue nuestro lugar elegido para vacunarnos de la Encefalitis Japonesa – ya que no está actualmente disponible en Europa- nos obligaba a pasar dos fines de semana en la ciudad. Durante el primer de los mismos, y tras las correspondientes visitas al Chinatown y Little India de la ciudad, ambos con diferentes celebraciones durante dichas fechas, aprovechamos para comprar otra cámara de fotos, con intento fallido en el mercado electrónico de Singapur, conocido como Sim Lim Market, donde el regateo y las malas artes pudieron con nosotros, y tras más de seis horas de desconcertante negociación y conversaciones sin sentido sobre las características tecnicas de las cámaras – pero si nos valía cualquiera !!! -, en la que ya no sabíamos si lo que queríamos comprar era una cámara o un perrito piloto, nos hizo optar por ir a un centro comercial de los de toda la vida con su precio escrito. Que descanso.

Y como no, tras nuestro arduo recorrido por Mongolia, se hacía imprescindible unas salidas nocturnas por la ciudad – por las zonas de Clarke Quay y St. James Station -, aunque cuando hicieron aparición ante nosotros los siempre temidos y odiados vasitos de whisky de cumpleaños y encima a precio de oro – más de 10 € la copa – nos hizo acabar recurriendo en más de una ocasión a la siempre agradecida cerveza, con sus consabidos efectos de visitas al servicio – si, si, al servicio, nos hacemos mayores.

En nuestro segundo fin de semana, paseo por el zoo de Singapur y visita a la playa de la ciudad, Sentosa, con cerveza incluida en el Café del Mar de turno de la playa, donde los turistas británicos demostraron tener el mismo comportamiento conocido en cualquier lugar del planeta.

Y por afortunada coincidencia, asistencia a la carrera de F1 que se celebraba en la ciudad, para la cual compramos en reventa dos tickets para la zona de Walk About, lo que viene a ser “sin asiento asignado, búscate la vida”. Tras unas primeras vueltas en las que la novedad de ver pasar los coches que tanto has visto en la tele y el ruido ensordecedor te hacen ilusión, acabamos viendo la carrera junto a la mayoría de la gente en una explanada dentro del circuito en unas pantallas gigantes – es lo que tienen estos eventos -. Tras la carrera, teníamos la intención de quedarnos a ver el concierto que había preparado en el circuito, pero antes nuestra sorpresa hicieron aparecieron en el escenario ni más ni menos que los Back Street Boys, por lo que como podéis imaginar, presos del pánico salimos a la carrera, no sin poder evitar que alguna nota sonora entrara por nuestros oídos.

lunes, 5 de octubre de 2009

Mongolia experience

Después de unos días sin escribir, unas veces por falta de tiempo y otras por falta de ganas - ya sabéis lo cansado que es estar de vacaciones -, vuelvo a encender el ordenador no para ver qué día es – que señal de felicidad más inequívoca – sino para contaros desde un pueblo en la coste del borneo malayo, como vivimos uno de nuestros destinos más esperados: Mongolia.

Para empezar os contaré lo menos interesante, y quedarnos así con buen sabor de boca. La ciudad de llegada y partida donde pasamos un total de tres días, Ulan bator, con la mitad de la población del país menos densamente poblado del mundo viviendo en sus calles - 1 millón de habitantes - no tiene mucho, o más bien nada que ofrecer, ni por el día, y mucho menos por la noche. Ciudad oscura, sin vida, y sin un paseo o monumento que merezca la pena visitar, o por lo menos nosotros no conseguimos dar con él.

Por tanto, lo antes posible decidimos emprender viaje y buscar gente con la que compartirlo y hacerlo más ameno y económico por la Mongolia nómada. El destino elegido, siete días por la parte oeste del país, y las acompañantes, dos suecas de 19 años, que os aseguro que lo peor no era que no respondieran al estereotipo que Andrés Pajares y Fernando Esteso nos han grabado en el cerebro a base de taquillazos y grandes clásicos - véase Los Bingueros - si no que como descubrimos posteriormente, si bien muy educadas, como compañeras de viaje eran los más aburrido y soso – ¿os suena? - que te puedes encontrar.

La parte oeste de Mongolia, es una continuación interminable de estepa, lagos y paisaje ligeramente montañoso, donde la inmensidad es seguramente lo que más impacta del mismo. Continuamente puedes ver las tiendas de campaña - gers - que usan los nómadas para su travesía por el país, como ovnis venidos del cielo, de la mano de su bien más preciado, su ganado, que por esta zona suelen ser caballos, ovejas, cabras, vacas y yaks.

Durante la totalidad del tiempo que estuvimos viajando por Mongolia dormimos en dichos gers - aprox. 2 euros persona noche- unas veces en campos de gers para turistas, otras veces en gers de familias nómadas. La primera vez que nos alojamos con una de dichas familias, pudimos comprobar la hospitalidad de los mongoles, que te ofrecen todo tipo de productos lácteos de difícil digestión – echamos de menos sin duda esos ricos aditivos y conservantes - , y donde la afirmación de la guía de que lo que nos estaban ofreciendo era leche de caballo, pero que de caballo hembra - joder, menos mal ¡¡¡ - nos hizo sufrir un ataque de risa que yo creo que los nómadas ni las suecas todavía no han conseguido entender. Como escribimos en uno de los restaurantes donde comimos en Ulan Bator y en la correspondiente postal al Green, “la genética no os acompaña pero sois gente de buen fondo y buen comer”.

Comenzamos nuestro viaje con visita sin pena ni gloria al parque nacional Hustai, donde en la distancia pudimos observar unos caballos salvajes más parecidos a un pony que a un ejemplar arábico, y desde donde nos dirigimos a la zona conocida como Semigobi, donde se pueden observar en un mismo paisaje la estepa mongola, unas montañas rocosas y unas dunas de apenas 500 metros de largo con cuatro camellos que son suficientes para calmar las ansias de los turistas que no se deciden a ir al Gobi por falta de tiempo.

Tras la pertinente visita a la antigua capital de Mongolia allá por el siglo XII, Karakorum, alcanzamos los Hot Springs en Tsenkher, donde íbamos a dar con nuestra mayor frustración hasta la fecha, nuestro sueño de tiro con arco a lomos de un caballo mongol, se quedaba reducido a montar un ejemplar que en España no pasaría de mula barrigona, y donde descubrimos que la palabra “Chua” “Chua” es válida tanto para azuzar caballos, como camellos o mongoles.

Y en estas estábamos, cuando nos empezó a pesar el no haber elegido el sur de Mongolia como destino de nuestra semana en el país, donde las dunas del desierto del Gobi, nos venían a la mente como algo más especial que la estepa siberiana. Tuvimos la suerte de encontrarnos en Tsetserleg con dos chicas catalanas, Nuria y Mireia, del mismo Manlleu, que compartían dicha inquietud, y que sin duda hicieron que nuestro viaje ganara enteros en diversión, buen rollo y partidas de mus, y de las que esperamos ansiosos recibir unas exquisitas butifarras para navidad. Nos pusimos manos a la obra, y conseguimos cambiar nuestros billetes de avión y encajar el fin del primer viaje antes de llegar a Ulan Bator, con el alquiler de una furgoneta y un conductor mongol - del cual os hablaré posteriormente -, esta vez sin guía que nos acompañara, para poder ir al sur de Mongolia.

Nuestro periplo por él oeste - ya con nuestras nuevas compañeras compartiendo furgoneta junto a las suecas - finalizó con una grata sorpresa, ya que en los alrededores del White Lake, se encuentra un impresionante cráter y cañón de varios kilómetros formado por la erupción del mismo hace dios sabe cuánto.

Con fuerzas e ilusiones renovadas, emprendimos nuestra ruta hacía el Gobi, donde más de 1.000 km a bordo de nuestra furgoneta rusa nos esperaban. Parada obligada en el trayecto en las ruinas del monasterio de Ongiin Khid, así como en Bayanzag, unos espectaculares acantilados donde se han encontrado fósiles de dinosaurios, pero donde nosotros afortunadamente descubrimos “las canicas” mongolas, un juego llamado Shagal, que se juegan con huesos del tobillo de las ovejas –ya nos echaremos unas partidas.

Todo ello para finalmente, a lomos de nuestros camellos Jacinto y Hermoso -como os echamos de menos- llegar a las famosas dunas de Khongoryn Els, de hasta 200 metros de alto, donde alcanzar la cumbre costó más de lo que en un principio estimamos, pero que se vió recompensado por las vistas del desierto que desde la cima se pueden contemplar. Objetivo inicial del viaje cumplido, que no impidió disfrutar en el camino de vuelta a Ulan Bator del cañon Yolyn Am, también conocido como Ice Canyon por estar la mayor parte del añó helado, así como de las ruinas del monasterio de Amurbuyant Khiid, famoso por ser el lugar donde Stalin ordenó dar muerte al decimotercer Dalai Lama allá por el año 1904.

En resumen, un país y una experiencia única y diferente a lo que estamos acostumbrados, tanto por la el sentido de hospitalidad y generosidad de los mongoles fuera de la ciudad, más guiados por la supervivencia que por el egoísmo, como pudimos comprobar tras un pinchazo de nuestra mítica furgoneta rusa con la que recorrimos más de 2.000 kilómetros por caminos que no dejaban que las cabezadas fueran más allá de unos pocos segundos, como por las experiencias y paisajes que no dejan de sorprender: encontrarte un huerto en un pueblo en medio de la nada, regado por un pozo natural, donde paramos y cogimos cebollas, tomates y hasta una sandia por el módico precio de dos euros; querer hacerte la foto cuando ves pasar unos camellos por el desierto y ser escupido por uno de ellos; mirar las estrellas por la noche y tener la sensación de estar en un planetario; apreciar como nunca una ducha caliente tras tres días acumulando polvo y arena;

Mención aparte se merece nuestro conductor – y a la larga compañero de basket, luchador (a Juan Fran le dio lo suyo, yo para que molestarme), animador de grupo, cantante,… - durante nuestro recorrido por Mongolia, Paerma, un crack. Sin una palabra de nuestro diccionario en común, con una de sus frases favoritas “Paerma bueno, José malo”, era suficiente para el descojone del personal, o al menos el nuestro.