Comenzamos nuestro viaje por el estado de Sarawak, en la ciudad de Kuching (200.000 habitantes). Ciudad agradable, con numerosos mercados nocturnos y puestos de comida india, malaya y china. Cerca de la ciudad se encuentra el parque nacional de Bako, donde nos quedamos con ganas de pasar más tiempo, y en el que comprobamos como uno de mis más queridos y admirados animales, los macacos, no me tienen el cariño que yo presuponía como primo lejano en la evolución, ya que nada más hacer acto de presencia ante mí, se tiro dientes al aire a por mí botella de agua. Y yo claro, gentilmente, se la cedí.

Como uno de los grandes atractivos de Sarawak, entre otros, se encuentra el remonte del río Batang Rejang, conocido como el amazonas de Borneo. El remonte del río comienza en la ciudad de Sibu (200.000 habitantes), desde el cual, rio arriba, se llega hasta Kapit, un pueblo de 8 mil habitantes, pero como todas las localidades visitadas hasta la fecha, en cuanto se pone el sol cualquier escusa es válida para que aparezcan los mercados nocturnos y la gente abarrote las calles dispuestas a comer, beber y charlar.
El remonte del río, decepcionante. Un río cenagoso, sin las riberas selváticas que uno se puede esperar con el apodo utilizado para su descripción por las guías de viaje, por lo que decidimos no continuar río arriba hasta el pueblo de Belaga, donde es posible que unos rápidos hagan de esta experiencia algo más especial que recordar.
Desde Kapit, hicimos una excursión a una de las longhouse de la zona, un conjunto de casas de madera en medio de la selva, donde viven los conocidos como iban, descendientes de los antiguos de cazadores de cabezas que decoran todavía cada una de sus casas. La experiencia, lo que se puede esperar de tener que pagar por observar la vida diaria de cualquier persona, “artificial” (una y no más), ya que la realidad de las longhouse (o las que nosotros visitamos) es que se han convertido en una especie de ciudad dormitorio para muchos de sus habitantes que en la realidad van a trabajar a los pueblos de alrededor.
Tras nuestro decepcionante paso por el río Batang, partimos hacía el mayor atractivo de Sarawak, el parque nacional de Mulu y su conjunto de cuevas y pasadizos. Para poder acceder al mismo, volvimos río abajo a la ciudad de Sibu, para coger un avión hasta Miri (180 mil habitantes), la única ciudad con vuelo al parque nacional, en la que hicimos noche y nos tomamos unas copas mientras escuchábamos un grupo de rock local de lo más curioso.
En Mulu, impresiona la cueva del Ciervo, con el túnel más largo del mundo de 2 kilometros de largo y 174 metros de altura, donde en su techo pueden llegar a dormir más de 2 millones de murciélagos, siendo la salida de los murciélagos al anochecer para alimentarse uno de los más preciados espectáculos que ver si tienes la suerte de que les apetezca salir antes del anochecer. Suerte que nosotros no tuvimos.

Lo peor del parque nacional, que cualquier visita tienes que hacerla con guía y en grupo, por lo que te ves envuelto entre guiris de todos los colores, que hace, sin duda, que la visita pierda mucho de su encanto, y que nos hizo reflexionar que nuevas excursiones con un mayor grado de aventura podíamos acometer a futuro para poder alejarnos de la legión de turistas con los que nos habíamos encontrado. Reflexiones que aplicamos en nuestra visita al otro estado del Borneo Malayo, Sabah.
![]() |
| 05. Malasia. Sarawak (Borneo). Octubre 2009 |






Nuestro periplo por él oeste - ya con nuestras nuevas compañeras compartiendo furgoneta junto a las suecas - finalizó con una grata sorpresa, ya que en los alrededores del White Lake, se encuentra un impresionante cráter y cañón de varios kilómetros formado por la erupción del mismo hace dios sabe cuánto.
En resumen, un país y una experiencia única y diferente a lo que estamos acostumbrados, tanto por la el sentido de hospitalidad y generosidad de los mongoles fuera de la ciudad, más guiados por la supervivencia que por el egoísmo, como pudimos comprobar tras un pinchazo de nuestra mítica furgoneta rusa con la que recorrimos más de 2.000 kilómetros por caminos que no dejaban que las cabezadas fueran más allá de unos pocos segundos, como por las experiencias y paisajes que no dejan de sorprender: encontrarte un huerto en un pueblo en medio de la nada, regado por un pozo natural, donde paramos y cogimos cebollas, tomates y hasta una sandia por el módico precio de dos euros; querer hacerte la foto cuando ves pasar unos camellos por el desierto y ser escupido por uno de ellos; mirar las estrellas por la noche y tener la sensación de estar en un planetario; apreciar como nunca una ducha caliente tras tres días acumulando polvo y arena; …