lunes, 5 de octubre de 2009

Mongolia experience

Después de unos días sin escribir, unas veces por falta de tiempo y otras por falta de ganas - ya sabéis lo cansado que es estar de vacaciones -, vuelvo a encender el ordenador no para ver qué día es – que señal de felicidad más inequívoca – sino para contaros desde un pueblo en la coste del borneo malayo, como vivimos uno de nuestros destinos más esperados: Mongolia.

Para empezar os contaré lo menos interesante, y quedarnos así con buen sabor de boca. La ciudad de llegada y partida donde pasamos un total de tres días, Ulan bator, con la mitad de la población del país menos densamente poblado del mundo viviendo en sus calles - 1 millón de habitantes - no tiene mucho, o más bien nada que ofrecer, ni por el día, y mucho menos por la noche. Ciudad oscura, sin vida, y sin un paseo o monumento que merezca la pena visitar, o por lo menos nosotros no conseguimos dar con él.

Por tanto, lo antes posible decidimos emprender viaje y buscar gente con la que compartirlo y hacerlo más ameno y económico por la Mongolia nómada. El destino elegido, siete días por la parte oeste del país, y las acompañantes, dos suecas de 19 años, que os aseguro que lo peor no era que no respondieran al estereotipo que Andrés Pajares y Fernando Esteso nos han grabado en el cerebro a base de taquillazos y grandes clásicos - véase Los Bingueros - si no que como descubrimos posteriormente, si bien muy educadas, como compañeras de viaje eran los más aburrido y soso – ¿os suena? - que te puedes encontrar.

La parte oeste de Mongolia, es una continuación interminable de estepa, lagos y paisaje ligeramente montañoso, donde la inmensidad es seguramente lo que más impacta del mismo. Continuamente puedes ver las tiendas de campaña - gers - que usan los nómadas para su travesía por el país, como ovnis venidos del cielo, de la mano de su bien más preciado, su ganado, que por esta zona suelen ser caballos, ovejas, cabras, vacas y yaks.

Durante la totalidad del tiempo que estuvimos viajando por Mongolia dormimos en dichos gers - aprox. 2 euros persona noche- unas veces en campos de gers para turistas, otras veces en gers de familias nómadas. La primera vez que nos alojamos con una de dichas familias, pudimos comprobar la hospitalidad de los mongoles, que te ofrecen todo tipo de productos lácteos de difícil digestión – echamos de menos sin duda esos ricos aditivos y conservantes - , y donde la afirmación de la guía de que lo que nos estaban ofreciendo era leche de caballo, pero que de caballo hembra - joder, menos mal ¡¡¡ - nos hizo sufrir un ataque de risa que yo creo que los nómadas ni las suecas todavía no han conseguido entender. Como escribimos en uno de los restaurantes donde comimos en Ulan Bator y en la correspondiente postal al Green, “la genética no os acompaña pero sois gente de buen fondo y buen comer”.

Comenzamos nuestro viaje con visita sin pena ni gloria al parque nacional Hustai, donde en la distancia pudimos observar unos caballos salvajes más parecidos a un pony que a un ejemplar arábico, y desde donde nos dirigimos a la zona conocida como Semigobi, donde se pueden observar en un mismo paisaje la estepa mongola, unas montañas rocosas y unas dunas de apenas 500 metros de largo con cuatro camellos que son suficientes para calmar las ansias de los turistas que no se deciden a ir al Gobi por falta de tiempo.

Tras la pertinente visita a la antigua capital de Mongolia allá por el siglo XII, Karakorum, alcanzamos los Hot Springs en Tsenkher, donde íbamos a dar con nuestra mayor frustración hasta la fecha, nuestro sueño de tiro con arco a lomos de un caballo mongol, se quedaba reducido a montar un ejemplar que en España no pasaría de mula barrigona, y donde descubrimos que la palabra “Chua” “Chua” es válida tanto para azuzar caballos, como camellos o mongoles.

Y en estas estábamos, cuando nos empezó a pesar el no haber elegido el sur de Mongolia como destino de nuestra semana en el país, donde las dunas del desierto del Gobi, nos venían a la mente como algo más especial que la estepa siberiana. Tuvimos la suerte de encontrarnos en Tsetserleg con dos chicas catalanas, Nuria y Mireia, del mismo Manlleu, que compartían dicha inquietud, y que sin duda hicieron que nuestro viaje ganara enteros en diversión, buen rollo y partidas de mus, y de las que esperamos ansiosos recibir unas exquisitas butifarras para navidad. Nos pusimos manos a la obra, y conseguimos cambiar nuestros billetes de avión y encajar el fin del primer viaje antes de llegar a Ulan Bator, con el alquiler de una furgoneta y un conductor mongol - del cual os hablaré posteriormente -, esta vez sin guía que nos acompañara, para poder ir al sur de Mongolia.

Nuestro periplo por él oeste - ya con nuestras nuevas compañeras compartiendo furgoneta junto a las suecas - finalizó con una grata sorpresa, ya que en los alrededores del White Lake, se encuentra un impresionante cráter y cañón de varios kilómetros formado por la erupción del mismo hace dios sabe cuánto.

Con fuerzas e ilusiones renovadas, emprendimos nuestra ruta hacía el Gobi, donde más de 1.000 km a bordo de nuestra furgoneta rusa nos esperaban. Parada obligada en el trayecto en las ruinas del monasterio de Ongiin Khid, así como en Bayanzag, unos espectaculares acantilados donde se han encontrado fósiles de dinosaurios, pero donde nosotros afortunadamente descubrimos “las canicas” mongolas, un juego llamado Shagal, que se juegan con huesos del tobillo de las ovejas –ya nos echaremos unas partidas.

Todo ello para finalmente, a lomos de nuestros camellos Jacinto y Hermoso -como os echamos de menos- llegar a las famosas dunas de Khongoryn Els, de hasta 200 metros de alto, donde alcanzar la cumbre costó más de lo que en un principio estimamos, pero que se vió recompensado por las vistas del desierto que desde la cima se pueden contemplar. Objetivo inicial del viaje cumplido, que no impidió disfrutar en el camino de vuelta a Ulan Bator del cañon Yolyn Am, también conocido como Ice Canyon por estar la mayor parte del añó helado, así como de las ruinas del monasterio de Amurbuyant Khiid, famoso por ser el lugar donde Stalin ordenó dar muerte al decimotercer Dalai Lama allá por el año 1904.

En resumen, un país y una experiencia única y diferente a lo que estamos acostumbrados, tanto por la el sentido de hospitalidad y generosidad de los mongoles fuera de la ciudad, más guiados por la supervivencia que por el egoísmo, como pudimos comprobar tras un pinchazo de nuestra mítica furgoneta rusa con la que recorrimos más de 2.000 kilómetros por caminos que no dejaban que las cabezadas fueran más allá de unos pocos segundos, como por las experiencias y paisajes que no dejan de sorprender: encontrarte un huerto en un pueblo en medio de la nada, regado por un pozo natural, donde paramos y cogimos cebollas, tomates y hasta una sandia por el módico precio de dos euros; querer hacerte la foto cuando ves pasar unos camellos por el desierto y ser escupido por uno de ellos; mirar las estrellas por la noche y tener la sensación de estar en un planetario; apreciar como nunca una ducha caliente tras tres días acumulando polvo y arena;

Mención aparte se merece nuestro conductor – y a la larga compañero de basket, luchador (a Juan Fran le dio lo suyo, yo para que molestarme), animador de grupo, cantante,… - durante nuestro recorrido por Mongolia, Paerma, un crack. Sin una palabra de nuestro diccionario en común, con una de sus frases favoritas “Paerma bueno, José malo”, era suficiente para el descojone del personal, o al menos el nuestro.

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