viernes, 19 de febrero de 2010

Cura de playa en Filipinas

Nada más aterrizar en Manila te das cuenta que los filipinos son diferentes al resto de los asiáticos. La sonrisa y el humor como bandera y la cercanía de los filipinos te hacen sentir más cerca de casa, en una forma de ser que nos parecía una mezcla entre Asia y Sudamérica. El descubrimiento del viaje, y sin duda, el primer lugar al que volvería de los visitados en Asia, ya que con más de 7 mil islas está claro que nos quedó mucho por conocer.


De Bangkok volamos a Manila, para rápidamente dirigirnos hasta la isla de Boracay en la que nos quedamos durante una semana. Una isla de ambiente relajado y todavía sin masificar, donde los turistas extranjeros no superan en número a los locales, siendo sorprendentemente los rusos son los más numerosos del lugar. Las playas del oeste de la isla no tienen nada que envidiar a las mejores que hemos visto durante el viaje (que seguramente hayan sido las Islas Guili en Indonesia o Pulau Tioman en Malasia) y que diariamete por la noche se convierte en un paradisíaco lugar para tomarse unas copichuelas y el bailoteo. Mientras que las playas del este, con el viento acudiendo puntual a su cita, las hacen perfectas para la práctica del kitesurf. Aprovechamos por tanto para darnos los baños playeros que echamos en falta en Kho Phagan, y tomar un curso de Kitesurf durante tres días, en el que aprendimos a ponernos de pie sobre la tabla, no sin dificultades, pero lo suficiente para poder continuar el aprendizaje en otro lugar por nuestra cuenta de este sin duda divertido deporte.

Y si el humor de los filipinos no fuera poco para sentirnos más cerca de casa, el primer día que llegamos nos tomamos un bocata de jamón con un plato de queso manchego. No era un Vega Sotuelamos (años luz), pero después de más de cinco meses echando de menos estos sabores, fue difícil contener las lágrimas. Y es que algo queda de la influencia española en filipinas, aunque solo sean los nombres de las calles y plazas o de muchos de los propios filipinos (rebautizados por los sacerdotes españoles hace más de cuatrocientos años a), y que hace difícil no sonreír cuando te dicen que su nombre es Francisaco Mancebo o Gregoria Hernández.


El dueño del hostal donde nos hospedamos, en otro muestra de simpatía, nos invitó a su casa de la cercana localidad de Calibo (de donde era natural), donde se celebraba la siguiente semana un festival en el que los sonidos musicales y los disfraces que vimos en las fotos nos recordaban al carnaval. Hicimos lo posible por retrasar los vuelos una semana para poder aceptar tal generosa invitación, pero nuestros amigos de LAN Chile y nuestro querido billete de vuelta al mundo no nos lo permitieron (cuando termine el viaje os contaré la guerra que nos ha dado el billete de vuelta al mundo, para posibles interesados), así que lo tenemos como asignatura pendiente para viajes futuros.

16. Filipinas. Boracay

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