Tras aterrizar en Sao Paolo, conexión en tiempo record para coger otro vuelo a Belo Horizonte, la tercera capital del país y el corazón del estado de Minas Gerais. Hicimos noche sin más historia en una ciudad financiera que no se corresponde a su idílico nombre, para al día siguiente emprender camino hacia el lugar escogido para pasar el carnaval, la localidad colonial de Ouro Preto.
Nada más llegar me quede impresionado por la ciudad. Cientos de edificios coloniales, engullidos por un paisaje de morros, donde solo las iglesias superan en altura a sus coloridos edificios de dos plantas.
Y si como ya digo, en cualquier época del año merecería una visita, ni os cuento en carnaval. Calles y barras repletas de gente por el día y por la noche. Exuberantes comparsas de baile recorriendo sus calles. Divertidos “blocos” (conciertos) de música brasileira. Y lo más especial, cientos y cientos de pisos de estudiantes, cuyas espaciosas residencias de dos plantas, dan lugar a improvisados centros de hospedaje y ocio para los visitantes (las repúblicas), que hacen que los habitantes de dichas casas se multipliquen por 10, 20 o 30, y posibilitan que los estudiantes consigan ingresos extras para el resto del año.
Con este ambiente a nuestro alrededor, y divertidamente acompañados por unos compañeros de trabajo de Juan Fran, no es de extrañar que al tercer día viéramos con pavor que todavía teníamos dos días más de carnaval por delante, cuando no éramos capaces ya casi de levantarnos de la cama.
Tras dar por finalizado nuestro primer que no último carnaval, decidimos pasar unos días relajados en el pueblo de Cumbucu, cerca de la ciudad de Fortaleza. Destino elegido por ser de los mejores de Brasil para poder hacer kite-surt, peso a que estábamos casi fuera de temporada. La laguna conocida como Cauipe es un sitio perfecto para aprender a marchas forzadas por su falta de oleaje, y permitió que diéramos los primeros pasos para dejar de parecer una “gallina” sobre la tabla.
Como despida, nos dimos un homenaje de cena y copas en Fortaleza, el fin de semana antes de coger el vuelo de vuelta, y nos despedimos de un país donde la alegría de vivir que rebosa su gente fue idóneo para terminar con una sonrisa un viaje que ha colmado la más alta de las expectativas que pudiera tener puestas en él.
Y como no, para todo aquellos que duden o se estén pensando realizar una experiencia similar, no me queda más que animaros a cumplir una aventura que a veces recuerdo como si hubiera sido un sueño. Y es que por muchas inconvenientes que puedan aparecer para llevarlo a cabo, una cosa esta clara para esto y para todo en la vida: “where there is a will there is a way”, como decía Cory.
De 19. Brasil |