Desde allí continuamos viaje hasta Vieng Kham donde hicimos noche, siendo imposible encontrar un lugar con agua caliente o electricidad para dormir. Y desde Vieng Kham hasta Luang Prabang, hicimos los 140 kilómetros más espectaculares durante las más de dos semanas que estuvimos en Laos. Un camino de arena y piedras que discurría por el filo de las montañas, con empinadas cuestas y bajadas, tanto que para una de ellas nos tuvimos que bajar de la moto y empujarlas a pie. Nos paramos durante el recorrido a ver la celebración que hacen del año nuevo en los pueblos de la etnía conocida como Hammon, en la que los más jóvenes están durante tres días pasándose continuamente unas pelotas negras unos a otros sin dejar que toque el suelo. Un jolgorio y un desfase de año nuevo como podéis comprobar.
Una vez llegamos a Luang Prabang y visitamos las cataratas Tad Sae (nada espectacular), continuamos hasta Vang Vieng (25 mil habitantes) , esta vez por la asfaltada carretera principal. Igualmente el viaje merece la pena, ya que en los alrededores de Phou Khoun las vistas de los picos por los que transita la carretera no tienen nada que envidiar a las montañas del norte de Vietnam.
Vang Vieng pasa por ser el sitio de moda y “fiesta” en Laos para backpackers, donde se ha puesto de moda bajar el río Nam Song sentado en un viejo neumático, haciendo paradas en cada bar de los que pueblan ambos orillas del río para llegar en estado por todos conocido al final del recorrido (tubing le llaman). Me recordó en cierta manera al descenso del Sella, aunque me quedo sin duda con el recorrido asturiano. De todas formas, llegamos tan cansados y débiles que no teníamos el cuerpo para fiestas, así que nos saltamos el tubing y al día siguiente decidimos continuar hasta la capital de Laos, en un recorrido, esta vez sí, sin nada que resaltar.
Vientián (200 mil hab.) es una ciudad de influencia francesa con muy poquito encanto más allá de la rivera del paso de nuestro archiconocido río Mekong. Celebramos la Nochebuena cenando en un restaurante francés en lo que ha sido la mejor comida del viaje hasta la fecha, donde los franchutes expatriados se dejaron llevar por la música francesa al final de la cena y salimos a la carrera, no siendo posible encontrar un bar abierto con un poquito de ambiente para celebrar la navidad. Al día siguiente sí que dimos con un par de bares para salir por la noche, y para nuestra sorpresa, nos encontramos con un gaditano aprendiz de mago, Marco, con el que habíamos coincidió un par de veces en nuestro recorrido por Laos, y que desde entonces se uniría tanto a la salida nocturna por Vientián, como a pasar la Nochevieja en Tailandia.
Lo peor la venta de las motos. Resultó ser mala fecha para vender las motos, ya que con la Nochevieja a la vuelta de la esquina, no encontramos extranjeros interesados en esas fechas por comprarlas, y si a partir del 1 de enero, fecha en las que ya teníamos previsto haber abandonado el país. Decidimos venderlas a una compañía de Vientián que nos había ofrecido 225 $ por cada una. Y el propietario de la misma, que desde el primer momento ya vimos que no era persona de confianza, en el último momento nos hizo la 3 catorce, y cuando fuimos a entregárselas, nos dijo que había que cambiar no se que piezas y que nos ofrecía 140 por cada una. Estaba claro que nosotros ya teníamos el billete de tren comprado y nos íbamos a ir, así que pese a mi opinión, que era más de regalárselas a cualquier laosiano o incluso tirarlas al río, se las vendimos. Os dejo el nombre de la empresa por si alguna vez vais por allí mejor no os acerquéis: Remote Asia Travel.
Y con esto finalizamos nuestro viaje en moto por Laos y Vietnam de casi un mes y más de 2.000 kilometros, en sin duda, una de las experiencias más especiales del viaje. Teniendo como resultado que en mi vuelta a Spain tengo pensado comprarme una moto de enduro y hacer compañía al Abuelete de Canterbury en sus salidas domingueras. Como lea esto mi madre le da un soponcio.
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