Después de nuestra parada en Tomsk de tres días, una ciudad de estudiantes de casi medio millón de habitantes, (y que por tanto en verano estaba más apagada), hemos podido comprobar los extremos en la atención al extranjero por los rusos: desde no dirigirte la mirada con desprecio, hasta recorrerse la cuidad en autobús y medio parque a pié, para enseñarte donde se encuentran unas pistas de tenis (donde jugamos un partido en tierra batida siendo el resultado es lo de menos) ; recibir la invitación de una señora de más de 80 años para que nos quedáramos en su casa, al vernos pasear con las maletas sin rumbo, no es que no lo agradeciéramos, pobre mujer, pero no nos hizo demasiada ilusión; o pelearse por invitarnos a un chupito en un típico bar siberiano, invitación que esta vez sí, nos dio por aceptar.
Y por fin, después de 27 horas más de tren, llegamos al ansiado Lago Baikal, un lago de 636 Km de largo y 60 de ancho, el más profundo del planeta con 1,6 km de profundidad máxima, con más agua que los cinco grandes lagos de Estados Unidos juntos, y en aumento, dado el movimiento de las placas tectónicas. El lugar elegido en el lago, un pueblo llamado Listvyanka, el más cercano a la ciudad donde nos dejó el tren, Irkutsk (600 mil habitantes), donde un par de días de relax, un poco de pescado ahumado (especialidad de la casa) y unas rutas de trekking por nuestra cuenta, nos dieron más de un susto y más de dos , pero se agradecieron más de lo que pensaba tras tanta ciudad a nuestras espaldas.
Respecto al Lago Baikal, la parte que nosotros estuvimos, la verdad me decepcionó un poco, ya que no es todo lo espectacular que uno se podía espera. Seguramente la elección de lugar no fue la más acertada, y deberíamos haber ido más al norte de la isla donde los parajes son más abruptos. Por recomendaciones de otros viajeros, os diría que para posibles visitas, podéis ir a la isla de Olkhon, tranquila pero con todas las posibilidades para hacer todo tipo de deportes al aire libre y acuáticos.
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