jueves, 28 de enero de 2010

Adios a Laos y a una experiencia única

Una vez con nuestro amigo Lenovo de vuelta, decidimos que la vuelta a Luang Prabang la haríamos por una ruta diferente. Después de recoger los 35 km desde Muang May hasta Muang Khua a la carrera (ya que a las 7 de la mañana cerraban el camino por obras) cogimos un bote que tras 5 horas descendiendo el río Nam Ou nos dejo de nuevo en Nong Khiew.

Desde allí continuamos viaje hasta Vieng Kham donde hicimos noche, siendo imposible encontrar un lugar con agua caliente o electricidad para dormir. Y desde Vieng Kham hasta Luang Prabang, hicimos los 140 kilómetros más espectaculares durante las más de dos semanas que estuvimos en Laos. Un camino de arena y piedras que discurría por el filo de las montañas, con empinadas cuestas y bajadas, tanto que para una de ellas nos tuvimos que bajar de la moto y empujarlas a pie. Nos paramos durante el recorrido a ver la celebración que hacen del año nuevo en los pueblos de la etnía conocida como Hammon, en la que los más jóvenes están durante tres días pasándose continuamente unas pelotas negras unos a otros sin dejar que toque el suelo. Un jolgorio y un desfase de año nuevo como podéis comprobar.

Una vez llegamos a Luang Prabang y visitamos las cataratas Tad Sae (nada espectacular), continuamos hasta Vang Vieng (25 mil habitantes) , esta vez por la asfaltada carretera principal. Igualmente el viaje merece la pena, ya que en los alrededores de Phou Khoun las vistas de los picos por los que transita la carretera no tienen nada que envidiar a las montañas del norte de Vietnam.

Vang Vieng pasa por ser el sitio de moda y “fiesta” en Laos para backpackers, donde se ha puesto de moda bajar el río Nam Song sentado en un viejo neumático, haciendo paradas en cada bar de los que pueblan ambos orillas del río para llegar en estado por todos conocido al final del recorrido (tubing le llaman). Me recordó en cierta manera al descenso del Sella, aunque me quedo sin duda con el recorrido asturiano. De todas formas, llegamos tan cansados y débiles que no teníamos el cuerpo para fiestas, así que nos saltamos el tubing y al día siguiente decidimos continuar hasta la capital de Laos, en un recorrido, esta vez sí, sin nada que resaltar.

Vientián (200 mil hab.) es una ciudad de influencia francesa con muy poquito encanto más allá de la rivera del paso de nuestro archiconocido río Mekong. Celebramos la Nochebuena cenando en un restaurante francés en lo que ha sido la mejor comida del viaje hasta la fecha, donde los franchutes expatriados se dejaron llevar por la música francesa al final de la cena y salimos a la carrera, no siendo posible encontrar un bar abierto con un poquito de ambiente para celebrar la navidad. Al día siguiente sí que dimos con un par de bares para salir por la noche, y para nuestra sorpresa, nos encontramos con un gaditano aprendiz de mago, Marco, con el que habíamos coincidió un par de veces en nuestro recorrido por Laos, y que desde entonces se uniría tanto a la salida nocturna por Vientián, como a pasar la Nochevieja en Tailandia.


Lo peor la venta de las motos. Resultó ser mala fecha para vender las motos, ya que con la Nochevieja a la vuelta de la esquina, no encontramos extranjeros interesados en esas fechas por comprarlas, y si a partir del 1 de enero, fecha en las que ya teníamos previsto haber abandonado el país. Decidimos venderlas a una compañía de Vientián que nos había ofrecido 225 $ por cada una. Y el propietario de la misma, que desde el primer momento ya vimos que no era persona de confianza, en el último momento nos hizo la 3 catorce, y cuando fuimos a entregárselas, nos dijo que había que cambiar no se que piezas y que nos ofrecía 140 por cada una. Estaba claro que nosotros ya teníamos el billete de tren comprado y nos íbamos a ir, así que pese a mi opinión, que era más de regalárselas a cualquier laosiano o incluso tirarlas al río, se las vendimos. Os dejo el nombre de la empresa por si alguna vez vais por allí mejor no os acerquéis: Remote Asia Travel.

Y con esto finalizamos nuestro viaje en moto por Laos y Vietnam de casi un mes y más de 2.000 kilometros, en sin duda, una de las experiencias más especiales del viaje. Teniendo como resultado que en mi vuelta a Spain tengo pensado comprarme una moto de enduro y hacer compañía al Abuelete de Canterbury en sus salidas domingueras. Como lea esto mi madre le da un soponcio.

jueves, 21 de enero de 2010

"El portatil". Desenlace final

Resulta que alguien estaba conectado en internet con mi cuenta de Skype que estaba configurada de manera automática, lo cual no dejaba de ser extraño ya que el único lugar con internet de la provincia donde lo habíamos perdido era la propia ONG, por lo que pensamos que lo más posible es que hubiera pasado a Vietnam. Después de llamar y que no hubiera respuesta, le ofrecimos a través de un mensaje, tanto en Inglés como en vietnamita, 300 dólares por recuperar el portátil y el resto del contenido. Si bien esa noche no hubo respuesta, a la mañana siguiente nos llamaron de la ONG diciendo que les habían llamado de la policía, que había un granjero que tenía un amigo en un pueblo remoto de las montañas de Laos que tenía la bolsa.

Esto fue el principio de una negociación desesperante con demasiado intermediario de por medio (pensamos que lo podía tener la propia policía) en el que nunca nos quedó muy claro que estaba pasando y qué papel tenía cada uno, pero que si sabíamos que ellos querían el dinero y nosotros recuperar la bolsa. Así que finalmente llegamos a un acuerdo por los 300 dólares que habíamos ofrecido por Skype.

Lo más desconcertante fue el lugar de encuentro, ya que nos decían que teníamos que ir a recogerlo a un pueblo que estaba a un día de caminata (no había camino ni para ir en la moto) desde Muang May. Os podéis imaginar la gracia que nos hacía pensar en cruzar las montañas a pie de un país donde todavía quedan por explosionar 250 mil bombas de racimo que los americanos dejaron como regalito a Laos durante la guerra de Vietnam (en muchas ocasiones lo usaron como campo de pruebas) y que todavía causan unas casi 400 muertes al año, principalmente granjeros y niños.

Por tanto, de vuelta a la frontera de Vietnam, a unos 400 km de Luang Prabang, donde finalmente quedamos para recoger el portátil. Como teníamos cuatro días para llegar hasta dicho punto (ya que ellos decían que no podían estar antes), un par de días nos desviamos hasta la zona de Nonh Kiau, donde estuvimos recorriendo las montañas en torno al río Nam Ou, en uno de los recorridos más bonitos que hicimos por Laos. Aprovechamos también nuestra tranquila vuelta a Muang May, para parar en un par de poblados a tomar un descanso, donde era de lo más divertido ver a los niños como no paraban de reírse cuando se veían en las fotografías.

La recogida del portátil fue un poco de película. Acudimos en un jeep acompañados por dos trabajadores de la ONG (Holger estaba de vaije), a las 10 de la noche y con la intranquilidad en el cuerpo. Nos metieron en la casa del jefe del poblado fronterizo con Vietnam (con el puesto fronterizo de Laos a escasos 100 metros) donde todas las cosas estaban clasificadas y plastificadas como si lo hubiera hecho la misma policía. Nos dejo mal sabor de boca el tener que pagar el dinero a dicha gente que se le veía demasiado familiarizado con el tema. Así que finalmente pagamos tal como habíamos acordado y volvimos a Muang My a hacer noche abrazados a nuestra querida bolsa.

Final feliz pero sin perdiz, otra vez con sopa con noodles.

sábado, 16 de enero de 2010

Conociendo Laos a base de whisky de arroz

Un pequeño país de apenas siete millones de habitantes con un carácter mucho más relajado y pacífico que sus vecinos vietnamitas o chinos, de los que ya nos contaron algún que otro movimiento para empezar a poblar de amarillos el territorio (¿el comienzo de una conquista por ocupación?).

Tuvimos la suerte de, nada más perder la mochila, conocer a Mr. Holger, director de una ONG alemana establecida en Laos y que nos ayudó, no sólo a intentar recuperarla, sino también a conocer un poquito mejor como es la vida en Laos durante nuestra estancia en el pueblo fronterizo de Muang May.

Muang May no es más que un poblado de no más de 500 habitantes, donde como en el resto de la provincia, no dispones de electricidad, ya que el generador estaba estropeado y no había presupuesto para repararlo, siendo solo unas pocas casas privadas las que contaban con generador propio. Por desgracia no era la situación de nuestro guest-house, por lo que aparte de hacer imposible darse una ducha con un agua gélida, a las 5 y media cuando se hacía de noche poco más había que hacer que dar vueltas por el pueblo con nuestras linternas alumbrando a pollos y gallinas por igual. Aunque lo más duro a largo plazo resultó ser la dificultad para encontrar algo diferente para comer que no fuera sopa con noodles. Si bien es cierto que por 3 euros te mataban el pollo que señalaras con el dedo, lo cocinaban de tal forma (o sería lo que el pollo había comido, a saber) que ni con esas se podía comer medio decente.

Dedicamos el día siguiente de perder la mochila a dar parte a la policía, recorrer los poblados de los alrededores en el camino a la frontera con Vietnam ofreciendo 100 dólares de recompensa por recuperar y enseñar a los chavales del pueblo como se juega al futbol :-).

Decidimos pasar un par de días más en el pueblo para ver si la mochila daba señales de vida, lo suficiente para que Holger nos invitara a acompañarle a una visita a uno de los pobladas con los que iban a empezar a trabajar desde la ONG, donde el alemán se encuentra solo en su condición de extranjero.

Se trataba de un remoto pueblo a unos 30 km al norte de Muang May, con una media de 2 niños por adulto como poco, donde fuimos testigos de una asamblea a la que asistió un representante de cada familia (unas 25 familias), para decidir qué proyectos (o ambos) que ofrecía la ONG se decidían a acometer (en concreto se trataba de implantación del sistema irrigación o de abastecimiento de agua), ya que la mano de obra corría de parte del propio poblado, mientras que la ONG aportaba el “expertise” y la comida durante la duración del proyecto (los agricultores por ejemplo se ven obligados a abandonar el campo durante su duración). Tras celebrar la reunión, el jefe del poblado elegido por las familias durante tres años, como es costumbre local nos invitó a comer y beber, siendo el plato estrella más apreciado por aquellas latitudes la sangre de pato cruda. Y como también es tradición, acabamos todos borrachos a base de pelotazos de whisky de arroz fumando la “pipa de la paz”, donde el padre del alcalde hacía las veces de guardia de seguridad (homologated) de que todo el mundo bebiera lo que es debido. Una experiencia como poco curiosa.

Abandonamos Muang May con la tristeza de no volver a ver el portátil en dirección a Udomxai, donde a partir del pueblo de Muang Khua el camino se convirtió en una llevadera carretera en muchos tramos asfaltada. En dicho trayecto conocimos a un irlandés (el primer occidental que conocimos en algo más de diez días aparte de Holger), que había salido de su casa de Dublín con la intención de dar la vuelta al mundo en bicicleta, y tras un año se encontraba a punto de cruzar la frontera de Vietnam. Después de mostrarle nuestros respetos por semejante locura, no pudimos dejar de comentar su aspecto de cadáver sobre ruedas.

Tras nuestro paso por Udomxai, continuamos hasta la ciudad de Luang Prabang (77 mil habitantes), donde volvimos a vernos envueltos por el turismo y sus añoradas comodidades como la comida variada y el agua caliente. Declarada patrimonio de la humanidad por sus más de 50 templos de origen budista, merece mucho más la pena los encantos de la naturaleza que la rodean como las famosas cataratas Tad Kouang Si o la unión de nuestro querido río Mekong con el Nam Khane.

Y estábamos planeado una excursión a una de estas cataratas cercanas cuando me llama Elena (kansi) y me dice que alguien está conectado a Skype con mi cuenta. Toma ya.

martes, 5 de enero de 2010

Entrada triunfal en Laos

Quién nos iba a decir cuando nos levantamos un soleado día de diciembre que durante un día entero de conducción se pueden recorrer solo 70 kilómetros.

Para empezar bien la mañana en nuestro idea de cruzar la frontera de Laos bien temprano, a los 20 minutos de ponernos en marcha la moto de Juan Fran pinchó la rueda delantera. Suerte tuvimos (para variar), que en mismo lugar donde pinchamos, la gente nos echó una mano (o más bien las dos) para cambiar la rueda. Tras el inoportuno parón de algo más de una hora, nos damos cuenta que el freno delantero ha quedado sin servicio, por lo que de vuelta a Dien Bien Fu a la respectiva visita al mecánico.

Tras ajustar el freno, recorremos los 35 kilómetros hasta la frontera de Tay Trang, donde cruzar ambos pasos fronterizos nos llevó algo más de dos horas, y pudimos confirmar la falta de papeles no supone mayor problema para poder pasar la moto en Laos.

En el propio paso fronterizo se anticipa lo que te vas a encontrar en el país vecino. La carretera se transforma de decentemente asfaltada, a un camino de arena que alterna piedras, gravilla, baches y surcos a su antojo. Y es que la diversión y la aventura en Laos, viene principalmente por la falta de infraestructuras como carreteras asfaltadas, que únicamente comunican los principales núcleos urbanos. Para el resto de los desplazamientos te puedes encontrar desde decentes pistas de arena, hasta caminos pedregosos y bacheados llenos de barro. Y eso que tuvimos la suerte de que era temporada seca, ya que según nos contaron, en temporada húmeda, nuestra moto, que nos sorprendió gratamente por su capacidad para ir cómodamente por todo tipo de terreno (y hasta donde no había ni terreno), se hubiera quedado corta.

Junto al estado de los caminos se suma encontrarte con todo tipo de riachuelos, puentes de madera en más que dudoso estado, árboles caídos, ríos sin puente que lo cruce que te obligan a negociar con algún barquero local para poder atravesarlo,… un show. Y todo ello en un impresionante paisaje selvático virgen en el que nunca sabes que te puedes esperar. Para colmo no habíamos sido capaces de encontrar en Hanoi nada parecido a un mapa de carreteras de Laos, por lo que nuestra única guía era un par de mapas que habíamos encontrado en internet y que llevábamos en la cámara de fotos para poder enseñar a los locales. De lo más útil.

Y en uno de estos imprevisibles caminos estábamos, en plena bajada de una empinada cuesta, cuando me paró un local (fotógrafo de profesión) y tras un par de gestos se me monta en la moto. Así que despacito y con cuidado continuamos montaña abajo con nuestro nuevo acompañante. Pero para nuestra sorpresa, a 15 km escasos pasada la frontera, nos encontramos el camino cortado por obras. Y para peor señal, mi acompañante se baja y se despide, está claro que esto va para largo. Más de dos horas parados por obras hasta las 5 de la tarde, cuando anochece a las 5 y medial, por lo que tenemos media hora para llegar al pueblo más cercano de la frontera, que se encuentra a 35 kilómetros de la misma. Como no podía ser de otra manera nuestras motos nos dan otra "alegria" y las luces de mi querida amiga dejan de funcionar, por lo que nos encontramos recorriendo un camino repleto de charcos y baches en plena noche y sin luces.

Tras llegar finalmente al pueblo y abrazarnos de alegría, nos llevamos el susto de que el único hotel del pueblo está completo, pero por fin encontramos alojamiento en casa de una familia que alquila habitaciones. Y llenos de barro y con la sonrisa en la boca por un día no falto de tensión pero inolvidable, nos damos cuenta que una de las bolsas de la moto de Juan Fran se ha caído de la moto, con el portátil, el pasaporte y los papeles de la moto junto a otras cosas menores. Final triste para un día que había resultado agotador pero de lo más divertido.


14. Laos

domingo, 3 de enero de 2010

El norte de Vietnam visto desde la moto

Como no podía ser de otra manera nos lo pasamos como enanos durante la semana que recorrimos casi mil kilómetros por el norte de Vietnam, en nuestras motos bielorrusas que en plena faena le dan un aire a un antiguo ferrocarril soviético por la cantidad de humo que desprenden (mi pequeña contribución al agujero de ozono).

El paisaje es espectacular durante todo el recorrido. Impresiona encontrar plantaciones de arroz en los lugares más remotos y a todo tipo de alturas, espectaculares picos entre lagos, carreteras sinuosas al borde de acantilados, valles cubiertos por la niebla al atardecer,… y con, generalmente, carreteras asfaltadas y en buenas condiciones que te permiten disfrutar de las vistas.

Por otra parte, pasas de ser visto como un dólar andante a ser invitado a comer y beber en numerosas ocasiones. Vas atravesando pueblos donde los niños salen de las casas a saludarte dando botes de emoción. Hemos chocado más manos y saludado más gente que los príncipes cuando van a Cuenca. E impacta ver como los niños de 4 años van al cole andando solos cogidos de la mano, mientras que los de 7 ya trabajan para la casa o en el campo.

El primer día, la salida de Hanoi, el más peligroso de todos. A no tener soltura con la moto, se sumó que Hanoi está “infectada” por millones de motos cuya regla básica de conducción se basa en apurar las distancias hasta que uno de los dos se decida a frenar. Dos horas largas tardamos en salir de la ciudad y coger la carretera 6 que se dirige hacia el norte haciendo noche a 70 kilómetros de la ciudad en Hoa Binh.

El segundo día abandonamos la carretera principal y nos dirigimos hacia Phu Yen. El viaje en este punto adquiere otra dimensión, tanto por el paisaje, como por la gente que vas encontrando, ataviados con trajes tradicionales de lo más coloridos. Eso sí, tus posibilidades de encontrar alguien que hable inglés también pasan a ser cercanas a cero. Durante dicho trayecto, Juan Fran mordió el polvo en una curva, sin más incidentes que unos rasguños en las manos, y como consecuencia, durante unos días pasó a ser conocido como la Mary Poppins de la carretera. Por la noche en Phu Yen nos invitaron a un Karaoke, donde el espectáculo, como podéis imaginar, fue lamentable hasta que no nos bebimos el tercer cubata y todo pasó a ser mucho más llevadero.

Al día siguiente, en el trayecto hasta Mu Cang Chai, subimos la montaña más alta del viaje durante más de dos largas horas, con la recompensa de las vistas más impactantes que tuvimos la suerte de presenciar durante todo el recorrido, con un abrupto valle totalmente cubierto por la niebla en su cima. Tanto nos impresionó, que las numerosas paradas hicieron que se hiciera de noche, por lo que paramos antes de llegar a nuestro destino en un pequeño pueblo donde esta vez otro grupo de seis jóvenes nos invitó a cenar en el único bar que fuimos capaces de encontrar.

Decidimos pasar un día en Mu Cang Chai, para darle un descanso al culo y la espalda que han sufrido como ningunos los vaivenes del viaje, y aprovechamos para una caminata por las montañas de los alrededores. Lo peor, la gran cantidad de perros que merodeaban la ciudad con bastante malas pulgas. Tanto, que hasta para ir a cenar a poco más de 500 metros decidimos coger las motos. Desde Mu Cang Chai, dos días más de conducción con noche en Tuan Giao y Dien Bien Fu (a 30 kilometros de la frontera con Laos), donde según se acerca el país vecino el paisaje pierde enteros y se hace algo repetitivo.

Y de nuestras motos, que os voy a contar. Todos los días nos dan alguna sorpresa, pero siempre acaban llevándonos a nuestro destino. Durante el mes que hemos estado con ellas hemos cambiado la caja de cambios, ajustado el freno, el embrague, el acelerador, las luces, hemos pinchado, cambiado el transformador, se ha parado por un calentón en medio de una subida, … Una relación amor odio donde la línea era tremendamente fina. Pero donde ya os adelanto que terminó triunfado el amor :-).


13. Vietnam. Norte (motos)