sábado, 16 de enero de 2010

Conociendo Laos a base de whisky de arroz

Un pequeño país de apenas siete millones de habitantes con un carácter mucho más relajado y pacífico que sus vecinos vietnamitas o chinos, de los que ya nos contaron algún que otro movimiento para empezar a poblar de amarillos el territorio (¿el comienzo de una conquista por ocupación?).

Tuvimos la suerte de, nada más perder la mochila, conocer a Mr. Holger, director de una ONG alemana establecida en Laos y que nos ayudó, no sólo a intentar recuperarla, sino también a conocer un poquito mejor como es la vida en Laos durante nuestra estancia en el pueblo fronterizo de Muang May.

Muang May no es más que un poblado de no más de 500 habitantes, donde como en el resto de la provincia, no dispones de electricidad, ya que el generador estaba estropeado y no había presupuesto para repararlo, siendo solo unas pocas casas privadas las que contaban con generador propio. Por desgracia no era la situación de nuestro guest-house, por lo que aparte de hacer imposible darse una ducha con un agua gélida, a las 5 y media cuando se hacía de noche poco más había que hacer que dar vueltas por el pueblo con nuestras linternas alumbrando a pollos y gallinas por igual. Aunque lo más duro a largo plazo resultó ser la dificultad para encontrar algo diferente para comer que no fuera sopa con noodles. Si bien es cierto que por 3 euros te mataban el pollo que señalaras con el dedo, lo cocinaban de tal forma (o sería lo que el pollo había comido, a saber) que ni con esas se podía comer medio decente.

Dedicamos el día siguiente de perder la mochila a dar parte a la policía, recorrer los poblados de los alrededores en el camino a la frontera con Vietnam ofreciendo 100 dólares de recompensa por recuperar y enseñar a los chavales del pueblo como se juega al futbol :-).

Decidimos pasar un par de días más en el pueblo para ver si la mochila daba señales de vida, lo suficiente para que Holger nos invitara a acompañarle a una visita a uno de los pobladas con los que iban a empezar a trabajar desde la ONG, donde el alemán se encuentra solo en su condición de extranjero.

Se trataba de un remoto pueblo a unos 30 km al norte de Muang May, con una media de 2 niños por adulto como poco, donde fuimos testigos de una asamblea a la que asistió un representante de cada familia (unas 25 familias), para decidir qué proyectos (o ambos) que ofrecía la ONG se decidían a acometer (en concreto se trataba de implantación del sistema irrigación o de abastecimiento de agua), ya que la mano de obra corría de parte del propio poblado, mientras que la ONG aportaba el “expertise” y la comida durante la duración del proyecto (los agricultores por ejemplo se ven obligados a abandonar el campo durante su duración). Tras celebrar la reunión, el jefe del poblado elegido por las familias durante tres años, como es costumbre local nos invitó a comer y beber, siendo el plato estrella más apreciado por aquellas latitudes la sangre de pato cruda. Y como también es tradición, acabamos todos borrachos a base de pelotazos de whisky de arroz fumando la “pipa de la paz”, donde el padre del alcalde hacía las veces de guardia de seguridad (homologated) de que todo el mundo bebiera lo que es debido. Una experiencia como poco curiosa.

Abandonamos Muang May con la tristeza de no volver a ver el portátil en dirección a Udomxai, donde a partir del pueblo de Muang Khua el camino se convirtió en una llevadera carretera en muchos tramos asfaltada. En dicho trayecto conocimos a un irlandés (el primer occidental que conocimos en algo más de diez días aparte de Holger), que había salido de su casa de Dublín con la intención de dar la vuelta al mundo en bicicleta, y tras un año se encontraba a punto de cruzar la frontera de Vietnam. Después de mostrarle nuestros respetos por semejante locura, no pudimos dejar de comentar su aspecto de cadáver sobre ruedas.

Tras nuestro paso por Udomxai, continuamos hasta la ciudad de Luang Prabang (77 mil habitantes), donde volvimos a vernos envueltos por el turismo y sus añoradas comodidades como la comida variada y el agua caliente. Declarada patrimonio de la humanidad por sus más de 50 templos de origen budista, merece mucho más la pena los encantos de la naturaleza que la rodean como las famosas cataratas Tad Kouang Si o la unión de nuestro querido río Mekong con el Nam Khane.

Y estábamos planeado una excursión a una de estas cataratas cercanas cuando me llama Elena (kansi) y me dice que alguien está conectado a Skype con mi cuenta. Toma ya.

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