Una vez finalizado nuestro periplo por Mongolia, pusimos rumbo a China, donde nuestros planes para nuestra parada en Pekin - donde ambos habíamos estado ya previamente -, que consistían en algo tan terrenal y mundano como comernos un pato pekín y darnos un masaje, se vieron frustrados por 12 horas de retraso en el vuelo - ¡a qué se debe semejante castigo divino de llevar dos meses en Asia sin habernos homenageado con unas friegas! .
Por tanto, tras una parada sin más historia en Pekin, llegamos a Hong Kong. Una ciudad de 7 millones de habitantes un paso por delante respecto al resto de China – se nota el haber sido colonia británica hasta el año 1997 - que recuerda a New York pero en chino, lo que os podéis imaginar en lo que eso se termina traduciendo: mucha gente, mucho ruido, mucho olor, muchas luces, … - vamos que un exceso de todo - y con el encanto de su enclave en diferentes islas montañosas al estilo Rio de Janeiro, como se puede apreciar en la subida que hicimos al pico Victoria para ver la ciudad desde las alturas. Las fotos como podéis comprobar pierden en calidad, ya que nuestra cámara sufrió las consecuencias de las dunas del desierto, y el móvil surgió como una alternativa para tener algún recuerdo de Hong Kong.

La primera noche decidimos salir a cenar y tomar unas cervezas por la zona de Wan Chai y Lan Kwai Fong, en Hong Kong Island – se come realmente bien en la ciudad - pudiendo leer en varios carteles, no sin cierta curiosidad, que esa noche llegaba el tifón número 8 de la temporada, o eso creíamos nosotros, ya que luego pudimos comprobar que el 8 hacía referencia a la intensidad sobre una escala de 10, por lo que casi volvimos volando al hotel.
Al día siguiente, vimos el juego de luces del skyline de Hong Kong Island desde el Paseo de las Estrellas, cerca de la estatua de uno de nuestros mitos mas aclamados, Bruce Lee – eso sí que eran ostias, y no las de Jakie Chan y compañía –, tras lo cual fuimos a cenar con unos compañero de la empresa de Juan Fran.
Tras nuestro paso de poco más de dos días en Hong Kong, llegamos a Singapur, ciudad - estado de 4,7 millones de habitantes, otro paso – o dos - por encima de Hong Kong – supera a España en PIB por habitante -, donde las sensaciones son radicalmente diferentes. Una ciudad que no pierde el encanto asiático de sus mercados y vida 24 horas al día, pero que a su vez lo combina de manera acertada con una forma de ser más relajada, y porqué no, más cívica – puede que a base de mano dura, hay multas nada económicas para todos los gustos -, diseño urbano y espacios verdes que recuerdan a una ciudad occidental, y su multiculturalidad, ya que conviven chinos – mayoritarios con casi el 75% de la población -, malayos, indios y musulmanes, lo que hace que el idioma oficial del país sea el inglés. Y por su fuera poco, su idónea localización en medio del sudeste asiático con vuelos baratos por no más de 50 dólares a cualquier destino paradisíaco de la zona. En resumen, una ciudad perfecta para vivir durante una temporada.
Fuimos acertadamente recomendados en el aeropuerto y nos quedamos en un hotel en la zona de Geyland Road, el barrio rojo de Singapur, donde se podía comprobar cómo el deporte nacional consiste en comer y beber en la calle mientras ves futbol inglés –al final no somos tan diferentes -, con miles de puestos muy asequibles para el bolsillo y con todo tipo de buena comida asiática en cualquier punto de la ciudad, siendo habitual encontrar más afluencia a las 2 de la mañana que a las 2 de la tarde durante cualquier día de la semana – al menos en nuestro apreciado barrio. Os recomendamos dos lugares, Lau Pa Sat o Newton Market, mercados donde se concentran docenas de puestas y todo tipo de propuestas culinarias a precios muy asequibles – se puede comer desde 3 € por persona.
Dado que Singapur fue nuestro lugar elegido para vacunarnos de la Encefalitis Japonesa – ya que no está actualmente disponible en Europa- nos obligaba a pasar dos fines de semana en la ciudad. Durante el primer de los mismos, y tras las correspondientes visitas al Chinatown y Little India de la ciudad, ambos con diferentes celebraciones durante dichas fechas, aprovechamos para comprar otra cámara de fotos, con intento fallido en el mercado electrónico de Singapur, conocido como Sim Lim Market, donde el regateo y las malas artes pudieron con nosotros, y tras más de seis horas de desconcertante negociación y conversaciones sin sentido sobre las características tecnicas de las cámaras – pero si nos valía cualquiera !!! -, en la que ya no sabíamos si lo que queríamos comprar era una cámara o un perrito piloto, nos hizo optar por ir a un centro comercial de los de toda la vida con su precio escrito. Que descanso.
Y como no, tras nuestro arduo recorrido por Mongolia, se hacía imprescindible unas salidas nocturnas por la ciudad – por las zonas de Clarke Quay y St. James Station -, aunque cuando hicieron aparición ante nosotros los siempre temidos y odiados vasitos de whisky de cumpleaños y encima a precio de oro – más de 10 € la copa – nos hizo acabar recurriendo en más de una ocasión a la siempre agradecida cerveza, con sus consabidos efectos de visitas al servicio – si, si, al servicio, nos hacemos mayores.
En nuestro segundo fin de semana, paseo por el zoo de Singapur y visita a la playa de la ciudad, Sentosa, con cerveza incluida en el Café del Mar de turno de la playa, donde los turistas británicos demostraron tener el mismo comportamiento conocido en cualquier lugar del planeta.

Y por afortunada coincidencia, asistencia a la carrera de F1 que se celebraba en la ciudad, para la cual compramos en reventa dos tickets para la zona de Walk About, lo que viene a ser “sin asiento asignado, búscate la vida”. Tras unas primeras vueltas en las que la novedad de ver pasar los coches que tanto has visto en la tele y el ruido ensordecedor te hacen ilusión, acabamos viendo la carrera junto a la mayoría de la gente en una explanada dentro del circuito en unas pantallas gigantes – es lo que tienen estos eventos -. Tras la carrera, teníamos la intención de quedarnos a ver el concierto que había preparado en el circuito, pero antes nuestra sorpresa hicieron aparecieron en el escenario ni más ni menos que los Back Street Boys, por lo que como podéis imaginar, presos del pánico salimos a la carrera, no sin poder evitar que alguna nota sonora entrara por nuestros oídos.